martes, 29 de noviembre de 2011

TRAIDORES

Finalmente la ley de presupuesto para 2012 pasó las barreras, aprobándose la partida correspondiente a educación, para cuya modificación se hicieron tantos esfuerzos de parte de la ciudadanía, en particular de los estudiantes que han llevado adelante un paro de 7 meses de duración. Nadie puede negar el aporte que estos jóvenes han sido para renovar la alicaída vida política de un país que fue el modelo estrella del neoliberalismo y que ahora no halla cómo enfrentar sus crisis.

En el caso de las universidades estatales, nuevamente el aporte basal no se considera y es posible pensar razonablemente, que está condenado a morir. Al menos eso se desprende del discurso oficial sobre el tema. Por cierto, esta situación es grave para las universidades estatales en Santiago o Valparaíso, pero llega a ser trágica para universidades de menor tamaño o situadas en las otras regiones del país, que no tienen una capacidad instalada, que están lejos de los centros densamente poblados, y que además de la crisis financiera y de estudiantes, también están hoy enfrentando crisis financieras importantes.

Una mirada ingenua pensará –no sin razón- que hay aquí una culpa y responsabilidad clarísimas de parte del actual gobierno. Es verdad, sí las hay y la tozudez, indiferencia, negación con que ha actuado el Ministerio de Educación, no pueden dejar de asombrarnos.

Esto no es una novedad. Por el contrario, podríamos llamarlo la “crónica de una muerte anunciada”, la historia de cómo la educación universitaria pública fue desmantelada a través de un programa político iniciado en 1981 por la dictadura, que en nombre de la libertad abre este campo a la iniciativa privada sin medida ni restricción. Una de las claves de esta destrucción está dada por la disminución progresiva del aporte fiscal a sus universidades; incluso la legislación de la dictadura señalaba que el aporte estatal se reduciría hasta al 50% del presupuesto. Algo no funcionó y hoy tenemos aportes que fluctúan entre el 10% y el 14% del presupuesto universitario.

Durante los gobiernos de la concertación muchos esperamos que las cosas cambiarían. Ilusos! Nada cambió, y los cuatro gobiernos de esta derecha maquillada de progresismo se dedicaron con entusiasmo relativo a profundizar la situación, disminuyendo progresivamente los aportes. Tuvieron todas las posibilidades para hacer los cambios. Quizás no hubo mayoría parlamentaria pero había un país movilizado, un país que se estremeció hasta sus bases en 2006 con la “revolución pingüina” que finalmente se diluyó entre las acrobacias y contorsiones de los políticos.

Hoy el gobierno de la derecha sólo está echando las últimas paletadas de tierra, pretendiendo enterrar en vida a una de las instituciones más valoradas y prestigiadas en el mundo, la universidad pública, al negarles a sus propias universidades, un financiamiento basal que asegure su supervivencia como tales.

Todos son culpables: la dictadura, los gobiernos de la concertación, el gobierno actual.

Todos son traidores.

Todos ellos nos han engañado.

Todos ellos cargarán sobre sus espaldas y sus conciencias (?) el haber negado al país una universidad moderna, libre, equitativa, gratuita, de calidad.

Y también nosotros que esperamos en una ingenuidad que casi parece estupidez, que estos próceres cumplieran con su deber de gobernar para toda la sociedad chilena y no únicamente para los grupos de interés que hoy como ayer detentan el poder del dinero. Ese dinero que todo lo compra. Ese dinero que calma las conciencias.

No olvidar nunca, entonces, que los que nos piden nuestro voto cada cierto número de años son los que nos han engañado sistemáticamente, los que se ríen de los pobres, los que rasgan vestiduras pero igual tienen las manos metidas en el negocio.

No más. Nunca más.

martes, 22 de noviembre de 2011

UNA HISTORIA DE COMPLICIDADES (Parte 2)

¿Qué es ser cómplice? En el lenguaje judicial o penal se habla de cómplices en relación a un crimen, es decir, una acción reprobable, reprochable y sancionada. Se llama cómplice a quien se asocia con otro(s) para la comisión de un delito. Curiosamente la palabra no se utiliza para referirse a una actuación que es apreciada o considerada positiva por la sociedad. No hablamos en Chile del Padre Hurtado y sus "cómplices", tampoco de Camila Vallejo y sus "cómplices", si bien a esta última muchos qusieran calificarla (o ya lo hacen) como una delincuente. Sí podemos hablar de Contreras y sus cómplices en la violación sistemática de los derechos humanos por el terrorismo de Estado.

Hay sin embargo otras acepciones, que podríamos utilizar para calificar las complicidades. En primer lugar, por cierto la implicación activa en los hechos. También lo que se conoce como "ayudista". Estas dos figuras están tipificadas en la ley. Pero no se considera con igual fuerza la complicidad del silencio, que se agrava y es mayor cuando los que guardan silencio podrían haber hecho algo con sólo levantar la voz, ya sea individual o colectivamente.

En el mundo universitario encontramos con demasiada frecuencia esa complicidad del silencio respecto de la gesta de los estudiantes en su lucha por una educación libre, gratuita y de calidad. Algunas autoridades han levantado la voz, lo que les honra. Pero tantos y tantos académicos que se mantienen en silencio, que han estado callados durante todos estos largos meses de lucha evidencian, lo que evidencia cómo tantos están en complicidad con las fuerzas reaccionarias que insisten en mantener un modelo de educación superior que a todas luces está fracasado.

Es posible que algunos lo hagan por convicción, esto es, porque no creen que la lucha estudiantil sea justa y sí que el estado actual de las cosas es lo apropiado. Esto sería incluso aceptable en el marco de una universidad pluralista como la de Chile.

Pero lo que parece más grave es que muchos, demasiados, académicos pasan frente a esta lucha con indiferencia: no es nuestra lucha, nosotros no estamos en paro. Y cuando los estudiantes regresan(en) a las aulas, con toda seguridad comenzarán a tratar sus temas académicos sin hacer mayores comentarios a seis meses de historia que, para ellos, ha pasado por el lado.

¿Qué hacer? Los estudiantes están regresando a las aulas y uno se pregunta cuál será la actitud correcta. Entre otras podrían pensarse algunas acciones como

- partir por reconocer que los estudiantes que regresan a las aulas ya no son los mismos de hace 6 meses, porque ellos no han estado de vacaciones: regresan parcialmente de un campo de batalla que les ha marcado;

- por consiguiente, respetarlos y no demandarles un trabajo que sabemos que es el preludio del fracaso

- no evadir la discusión ni el debate respecto de los grandes ejes de la transformación que estamos viviendo

- dar la cara y estar dispuestos también a dar razón de nuestra actuación (o falta de la misma) durante el paro

- tener conciencia que este proceso no ha terminado y, para muchos, aprovchar esta ocasión para insertarse en un movimiento que está haciendo historia en el país, para lo cual,

- asociarse a algunas de las iniciativas que están surgiendo.

No más espectadores de la historia; menos aún, jueces, censores o inquisidores.