domingo, 9 de diciembre de 2012

LA UNIVERSIDAD EXCLUYENTE


Las reflexiones siguientes surgen de una ponencia realizada el 27-28 de noviembre en los Coloquios Veracruzanos de Otoño 2012, organizados por la Universidad Veracruzana de México, cuya perspectiva analítica de fondo fue “la universidad del futuro”.

Por otra parte, una de las banderas de lucha de los movimientos estudiantiles ha sido recurrentemente la de “universidad para todos”, la democratización de la educación superior y el acceso libre y gratuito a una educación superior de calidad.

Los hechos señalan que si bien hay universidad para todos (los que puedan pagar o endeudarse), la universidad es tremendamente selectiva y, por lo mismo excluyente. Al menos tres preguntas se pueden poner sobre el tema: ¿qué es excluido? ¿hay exclusión al interior de la propia institución universitaria? ¿qué es seleccionado?

Primero, la universidad es excluyente en lo social; también puede decirse que es selectiva. No todos ingresan a la universidad, particularmente a aquellas universidades que representan garantías de seriedad y calidad: no poseen los méritos suficientes –puntajes de pruebas nacionales de selección para el caso chileno. Mirando más de cerca, quienes quedan fuera son los de siempre: los pobres, los indios, los que no hablan castellano, los lejanos, los diferentes. Quedan fuera porque no cumplen con los estándares de una universidad que se construye sobre el modelo de la universidad europea.

También en la universidad hay exclusión epistemológica, puesto que sólo algunos campos del saber son admitidos en ella. La mayor parte del saber humano está fuera de la universidad, exiliado de sus aulas y, peor aún, de las preocupaciones por su cultivo. Y en la propia estructura universitaria, hay saberes y saberes. Primero, en la cima de todos, está la Ciencia, con mayúscula, la ciencia objetiva y experimental donde –dicen- la subjetividad no existe. En un peldaño más abajo, las “ciencias” sociales, que buscan parecerse a la Ciencia pero no lo han logrado hasta ahora. Más abajo aún, unos saberes que tienen ciertas lógicas y estructuras pero que, por cierto, no son Ciencia: la filosofía, las humanidades, … Y al final, en la parte más baja de la escala, las artes, que definitivamente no son Ciencia ni nunca lo serán. Pero allí están, como una especie de pequeños lujos que nos damos. Pero también son las primeras que saldrán del mundo universitario cuando las finanzas nos obliguen a eliminar áreas y actividades.

Finalmente, ¿qué es seleccionado entonces? ¿Se trata del ejercicio libre del espíritu que elige aquellos objetos que son relevantes en y por sí mismos, buscando el avance del saber en cuanto tal? La iniciativa del gobierno de Chile de pasar Conicyt al Ministerio de Economía deja pocas dudas al respecto. Las alianzas con grandes empresas, las patentes, los proyectos conjuntos que piden resultados reservados, todo ello indica que hay una mano no invisible que también maneja, orienta y decide en torno a qué es la investigación relevante. También esa mano decide qué deben saber los profesionales y con qué profundidad. ¿No mucha para evitar tentaciones de pensamiento propio? La iniciativa de acortamiento de carreras impulsada por el Ministerio de Educación chileno también sugiere la respuesta.

Esto no es un juicio de valor, pero sí una mirada crítica acerca de la misma evidencia con que tropezamos cada día y con la que convivimos a veces demasiado tranquilamente. Sacar a la luz nuestra propia matriz ideológica, el conjunto de creencias sobre las que vivimos y actuamos, de las que no tenemos conciencia, esa es una tarea auténticamente universitaria. Si creemos que la universidad es un lugar de ejercicio de la libertad, por cierto.