domingo, 28 de julio de 2013

MITOS EN EDUCACION (3) La formación "integral"

No hay institucionalidad educativa que no prometa aquello de la formación integral. Más aún, es difícilmente concebible que alguna se atreva a declarar que la formación que propone no lo es. Tanto la educación laica como la religiosa, la privada y la pública, la primaria, secundaria o superior. Siempre la educación es integral. Ese es el mito: lo que dicen ser y hacer.
¿Qué señalan los hechos?
Lo primero a constatar es el impacto de la escuela, especialmente a través de la vida personal de cada uno. Ninguno podría atribuir la integralidad de su existencia únicamente a la escuela aunque sí podría reconocer el peso mayor o menor de la misma. De hecho, las vidas son resultado de demasiados factores y atribuirlas a la escuela es de una ingenuidad casi enternecedora o de un reduccionismo rayano en la perversión.
La segunda fuente de evidencia proviene de una escuela abocada a los resultados de los exámenes nacionales. No puede proporcionar formación integral a sus estudiantes: está preocupada de los logros y resultados, para los cuales enseña. La necesaria convergencia que demanda una formación orientada a la homogeneidad de los resultados hace irrelevantes los desarrollos individuales de cada estudiante. Aún más, la divergencia es una falta, una desviación inaceptable del orden preestablecido, poniendo en peligro los resultados de la escuelas en los exámenes nacionales o internacionales.
Por otra parte, aunque pueda suceder que algunas escuelas efectivamente hagan honestos y grandes esfuerzos para lograrlo, en los hechos son las grandes mayorías las que sufren de una educación parcial, ideologizada, colonialista, sesgada, constructora de inequidades y a la vez productora y reproductora de una sociedad intrínsecamente injusta.
Cuarto, cuando llega a proporcionar algo de más integralidad, lo hace como un suplemento: además de los resultados garantizados, también se permite a los estudiantes algunas exploraciones personales. Pero no todas: están aquellas que estimulan la diferenciación individual, las demarcaciones débiles, las porosidades, aunque manteniendo los focos en los exámenes. Finalmente son los exámenes nacionales e internacionales los que fijan realmente el currículum, es decir, el proyecto educativo de una nación. ¿Quiénes fijan, promueven, financian, difunden dichos exámenes internacionales? ¿Quiénes se benefician con una educación no integral sino que reduccionista?
En quinto lugar,  la posibilidad de la formación integral está relacionada directamente a los recursos y a la visión de la misma. La escuela puede proporcionar oportunidades a sus estudiantes según disponga de los recursos para ello: por eso, la escuela para los pobres seguirá siendo una pobre escuela si se mira únicamente desde los recursos físicos, financieros, tecnológicos, disponibles. Pero también la visión de qué es formación integral es clave. Suele entenderse la formación integral desde una perspectiva moralizante absolutista; es decir, es moralizante en cuanto la formación integral está asociada a una matriz de valores que corresponden a los propuestos por los grupos dominantes para los grupos dominados. Y es absolutista en cuanto no acepta la existencia de otra visión, imponiendo la suya sin posibilidades de alternancia.

Enfrentada a la sociedad, la escuela no reconoce que la formación que proporciona es parcial, no integral. Esta es una de sus mentiras fundamentales y que constituye un eje del mito de la formación integral. O si se prefiere, la mentira de la formación integral.

domingo, 21 de julio de 2013

MITOS EN EDUCACIÓN (2)

Este es el segundo mito que queremos abordar: los estilos de aprendizaje.

La idea de los estilos de aprendizaje en la escuela surge principalmente de dos focos: (a) los intentos de sistematizar experiencias docentes relacionadas con por qué algunos sujetos aprenden mejor de una manera y otros de otra; (b) la construcción de una imagen de una escuela que se hace cargo de la educación de sus estudiantes en forma diferenciada, individualizada o “personalizada”.
Sin contar con un respaldo teórico, los estilos de aprendizaje han sido estudiados a partir de descripciones emergentes y su popularidad se ha extendido gracias a los expertos en coaching, que utilizan los recursos taxonómicos propuestos. Un ejemplo clásico son los trabajos de De Bono como los seis sombreros para pensar o los seis zapatos para actuar.
Entiendo que lo que hay de fondo es una defensa de la individualidad y del sentido de la diferencia - cada uno en su individualidad es diferente a la vez que igual a los demás. Esa identidad se refleja en el aprendizaje en las formas específicas de aprender.  Consiguientemente, cualquier taxonomía de estilos que sea razonable y no vaya mucho más allá del sentido común, podrá ser utilizada si dispone de un buen dispositivo retórico con que convenza, no de su veracidad (cuestión por lo demás imposible) sino de su verosimilitud, es decir, de su apariencia de verdad.

El mito en la escuela.

Hablamos del “mito de los estilos de aprendizaje” no porque la teoría carezca de respaldo, sino porque su realización en la práctica del aula la invalida.
Atendiendo a que se trata de aprendizaje, la escuela no puede menos que incluir los estilos en su retórica, pero no necesariamente en su práctica.
En efecto, la práctica de la escuela asume que todos aprenden de la misma manera. Y si se pide explicación de la no consideración de los diversos estilos, se responde que es muy difícil o complejo o no hay recursos o no se puede evaluar o no sería justo.
En efecto, el aula común y corriente procede como si todos los estudiantes fuesen iguales. La consideración de los estilos de aprendizaje es nula. 
Hay razones para ello: la cantidad de estudiantes, la falta de tiempo, la escasez de los recursos, la falta de preparación.
Sin embargo, en el fondo, se trata de una institucionalidad para la cual no existen las diferencias entre los estudiantes ni, por consiguiente, la necesidad de considerarlas en la planificación de la enseñanza, su ejercicio, ni tampoco en la evaluación. No es solo cuestión de los docentes: es la ideología pedagógica que subyace a todo y finalmente instala los criterios de lo correcto y apropiado.
La ideología implicada en el currículum, por lo demás, se orienta a producir la convergencia. Es decir, no sólo es cuestión de actuar como si las diferencias no existieran, sino que se trata de modelar a los estudiantes (a los profesores, a la sociedad en general) de una manera determinada. Las diferencias se transforman en un obstáculo a suprimir y superar, y no en una fuente de riqueza para los estudiantes y  la propia escuela.
La contradicción se revela en el aula clásica con un modelo de enseñanza que convierte a los estudiantes en receptores y no productores de conocimiento. Los forma como obedecedores de normas y temerosos del castigo antes que como dialogantes que acuerdan patrones de actuación. La evaluación que pone opciones de respuestas posibles de las cuales sólo es correcta la que decide la autoridad del profesor. El autoritarismo del aula fomenta respuestas de conveniencia frente al profesor y oculta las propias preferencias:  es decir, se convierte en una fuente de hipocresía. Una escuela que enseña que es malo ser diferente, que castiga (y efectivamente castiga) la diferencia.

La escuela para el mercado y la democracia.

¿Qué mejor formación para sujetos que vivirán en la sociedad-mercado? No importan el rango ni el contenido sino que se lo aprenda (lo compre, en la vida real) y lo pueda hacer evidente de manera constante y sistemática (como consumir, endeudarse, pagar y reiniciar el ciclo) ¿Alguien podría dudar de esta práctica?
Y en cuanto a la democracia, ¿no es que las democracias liberales, y "protegidas" como la chilena, funcionan mejor cuando todo está en orden? Es decir, cuando todos están alineados en una sola forma de hacer las cosas, cuando todos reconocen a la autoridad y que "las instituciones funcionan", que el orden es mejor que el caos, que conocer y obedecer la respuesta oficial es mejor que hacer preguntas incómodas y ser incorrecto en la conducta.
Así las cosas, lo de los estilos de aprendizaje no es sólo un mito, sino que una mentira explícita.

sábado, 13 de julio de 2013

MITOS EN EDUCACION (1)

La educación, como fenómeno social y como ejercicio profesional, está llena de mitos. Usamos el término "mito" para denotar "falsas verdades", afirmaciones y supuestos que carecen de base científica, pero que están instalados en la conciencia y en el discurso. Estos mitos muchas veces actúan como reguladores y validadores de las políticas, las decisiones y los comportamiento de los sujetos en el campo educativo (así como en otros campos de la vida social).

En esta ocasión, queremos enfrentar el primer mito. Primero no por su importancia ni por ser el más antiguo ni el más difundido. Primero porque parece el más apropiado para el análisis y el develamiento de su contenido.

"La letra con sangre entra" es un antiguo dicho pedagógico, sobre el cual había un acuerdo prácticamente total. Podemos hoy ver en los museos pedagógicos ejemplos de estos instrumentos de tortura como es el caso de la palmeta, dispositivo que servía para golpear a los estudiantes especialmente en las manos o en el trasero, de acuerdo a las especiales disposiciones anímicas de las y los profesores. Se asumía que los sujetos (alumnos y alumnas) debían aprender a mantenerse en los carriles de lo consagrado como correcto o verdadero. Si no lo hacían "por las buenas", entonces lo harían "por las malas". El castigo físico podía alcanzar niveles de violencia que hoy son impensables en nuestro medio.

Este es un mito puesto que no existe razón fundada científicamente -en el sentido lato de la ciencia- que muestre que los sujetos sometidos a castigo aprenden más y mejor. O cuando menos enfrentados a la amenaza. Sin embargo, ha funcionado. La pregunta que resta es ¿qué ha producido?

Ideológicamente, este mito consagra una visión autoritaria e iluminista de la acción pedagógica. Autoritaria no sólo porque asume que el profesor sabe y el estudiante no, sino que por una estructura de poder socialmente aceptada, que se impone sobre un estudiante indefenso. El profesor representa toda la maquinaria social que se alza para disciplinar a este niño o niña que se resiste a ser iluminado por el saber consagrado como verdadero. La escolaridad es algo que puede y debe ser forzado a los niños y niñas. De hecho, todavía se mantiene la ley de escolaridad obligatoria, ahora aumentada a los 12 años de enseñanza básica y media. El ideario del positivismo está plenamente vigente.

En el plano epistemológico, el mito habla de verdades y hábitos que deben ser instalados. Cuando se afirma que la letra "entra" se hace referencia a la visión transmisiva de proceso de aprendizaje: se trata de escribir sobre pizarras en blanco, de llenar recipientes vacíos, de llevar luz allí donde hay oscuridad. Es una epistemología colonialista que desconoce y hace invisibles todos los restantes saberes de los sujetos. Y para hacer lugar al nuevo saber, a la verdad revelada por el evangelio positivista, nada mejor que un poco de violencia.

Hoy por hoy las cosas no son mucho mejores. Por cierto, es difícil -aunque no imposible- encontrar quien sostenga que el castigo es un recurso educativo. Basta ver los apaleos que la policía propina a los estudiantes que protestan reclamando por más y mejor educación, libre, pública, gratuita, de calidad. Si no aprenden a dialogar, es decir, a comportarse como la autoridad decide que es la forma correcta, entonces aprenderán con el palo y el gas. "Con sangre entra".

Hay otras formas de violencia. Institucionalmente, un ministro de educación de triste memoria inventó el semáforo educacional y marcó con rojo a las escuelas de bajos resultados en los exámenes nacionales. Se exigen más y mejores rendimientos en esos instrumentos sin importar qué efectivamente aprenden los estudiantes. Podemos sospechar que lo que realmente aprenden es que lo único valioso es dar el gusto a los de arriba, a los que tienen el poder para clasificarte como fracasado. La violencia no es sólo física, también es simbólica, social, psicológica, lingüística.

Después de años de ser apaleados, ¿han aprendido los estudiantes que el orden es lo mejor? Al parecer no. La sangre no es un buen argumento. Y la letra tampoco "entra", con o sin sangre. La letra -figura que denota el saber- se construye y se apropia por grupos humanos que son capaces de pronunciar sus verdades, de decir y reclamar, de denunciar y anunciar.

Un mito que parecía algo tan simple y casi bobo, resulta que es uno de los fundamentos de nuestra realidad social y educativa.

No es lo mismo "por la fuerza de la razón" que "por la razón de la fuerza", parodiando el lema del escudo nacional de Chile. Pero hemos aprendido que en "por la razón o la fuerza", esta última nunca ha sido una buena opción.

Tampoco en educación.





domingo, 7 de julio de 2013

CALIDAD

Revisando viejos archivos, encontré este texto. No estoy seguro de haberlo escrito, pero me pareció interesante. Ahí va.


Una de las características de la calidad en el marco de la gestión industrial tiene que ver con la homogeneización.
Esto tiene dos caras: (i) el cliente tiene la seguridad de la estabilidad del producto, de sus características, del grado en que satisface sus necesidades o posibilidades; (ii) la empresa ahorra costos al tener productos más uniformes de los cuales preocuparse
La garantía de estabilidad del producto para el cliente tiene la trampa que asume que los clientes son todos iguales, tienen las mismas necesidades, tienen los mismos recursos; en otras palabras, que son homogéneos: productos homogéneos para clientes ídem. Y si no lo son, entonces el aparato publicitario se encarga de producirlo o de convencer a estos clientes que deben ser iguales, que ser diferente es un error y un horror. La escuela como institución social cumple de manera soberana este rol de homogeneización: aprenden las mismas cosas, tienen los mismos códigos de conducta, se adaptan al régimen profundamente autoritario del aula y la escuela.
Si uno de los criterios de la calidad está puesto en, o es definido por, la reducción de la variabilidad, entonces la escuela tendría sentido en la medida en que produzca seres homogéneos, comparables, predecibles.
Pero no queremos eso. Nos rebelamos. Queremos una escuela en la que el silencio ominoso de las aulas cerradas deje paso a  aulas abiertas, en las que niños y niñas puedan conversar con el mundo.  Queremos escuelas y universidades donde se privilegie la diferencia, el pensar alternativo, la creatividad por ruptura de las reglas de lo cómodo, de lo sabido, de lo regustado. Donde el verbo crear sea más importante que el verbo reproducir. Donde la exploración sea tan relevante como el algoritmo. Donde la ciencia y la poesía conversen, particularmente en el alma de cada uno y de otro.
¿Es  posible soñar con una escuela así?
La evidencia cotidiana nos dice que ello es posible. Efectivamente, cada día miles y miles de niños y niñas pequeños en el Jardín Infantil ponen a prueba sus conocimientos y destrezas así como los de los que los cuidan.
¿Y es posible pensar una universidad así? Porque, claro está, una cosa es trabajar con niños pequeños a los cuales prácticamente no hay que enseñarles y lo que aprenden es completamente irrelevante (otra trampa conceptual!), pero cosa diferente es hacerlo con jóvenes dotados de una capacidad instalada intelectual, afectiva, ciudadana, etc. Máxime tratándose de la formación profesional. Y como queremos  ser los mejores, entonces pasamos el máximo de materia de manera que los estudiantes tengan que reventar estudiando, sin vida propia, sin pololeo,  o dedicándose a no morir de hambre o aburrimiento.

jueves, 4 de julio de 2013

¿MÁS DE LO MISMO?


La educación es, al menos para los occidentales, una ecuación en la que se iguala con la escuela. Es decir, más escolarizado es equivalente a más educado. Un país educado es el que presenta los mejores promedios en años de escolaridad. Y si además puede mostrar mejores resultados en los exámenes internacionales, mejor que mejor. Tocar el cielo con la mano.
Sin embargo, la discusión sobre la educación en el país, hoy por hoy, está confinada a los límites, físicos e imaginarios, de la escuela. Incluso las demandas de los estudiantes se hacen desde, por y para la escuela y la escolarización.
No se trata de tener una educación diferente, ni tampoco de reconcebir la realidad y la forma de construirla: los conflictos se dan dentro de la escuela - al interior de la escuela luchan los estudiantes, los profesores, la policía, el gobierno.
No deja de ser inquietante la situación.
¿Por qué los jóvenes piden más y mejor escuela? La pregunta desconcierta, porque vendría siendo lo mismo que pedir una mejor preparación para incorporarse con la menor cantidad de conflicto a la máquina social-productiva-consumista-represora que es nuestra sociedad actual. La contradicción misma: el gobierno no quiere dar los recursos ni las posibilidades. El gobierno, cuyo sentido ha estado puesto durante los últimos 40 años en el servicio de los intereses de las grandes corporaciones y de los bloques conservadores, justamente el gobierno -y el actual que es descaradamente el gobierno de los empresarios- se niega a mejorar una educación que lo único que lograría mejorar es el grado de ajuste y servicio de los jóvenes a las necesidades-demandas-exigencias de la empresa.
¿Qué se puede pensar?
Al respecto podríamos proponer algunas hipótesis de trabajo, una menos razonable que la otra.
La primera, que los estudiantes no tienen la más mínima conciencia de que la sociedad en que vivimos definitivamente no puede seguir así, y lo único que desean es integrarse a la misma. La evidencia sugiere que es la hipótesis más peregrina que podría pensarse, a la vez que un insulto a la inteligencia de los jóvenes.
La segunda hipótesis es que se trata de una estrategia política más amplia, en que se instala un segmento de la población los jóvenes- como un referente político que se distancia de los clásicos partidos políticos, como realidad y como concepto. La primera conquista es la educación, pública, gratuita, de calidad. Luego vendrán otros espacios a ocupar.  Esta hipótesis parece la más sensata desde una mirada de futuro.
La reacción del gobierno actual y de los anteriores- se puede comprender ahora, porque los políticos han entendido, o al menos sospechan, que la cosa va para más largo y más profundo de lo que podría sospecharse al inicio de los movimientos.
Vienen las elecciones presidenciales.
El próximo presidente o presidenta del país tendrá que tener a la educación en la primera línea de sus prioridades y, ojalá no cometa el error de desconocer a este actor social, tildándolos de delincuentes, flojos, terroristas, puteríos y otros adjetivos que buscan satanizar a la juventud convirtiéndola en enemiga del orden institucional (es decir, el orden que requieren los grandes negocios).
Atención próximo gobierno. Si no quieren fracasar, escuchen y dialoguen, negocien sentidos y soluciones con la juventud. Ellos son el futuro y lo saben. Y están dispuestos a apropiárselo.
¡Ellos y ellas, lo mejor de esta Patria!