Desde pequeños hemos escuchado en versiones diversas pero
convergentes aquello que “el conocimiento no ocupa lugar” o espacio o lo que
sea. De hecho, el conocimiento no pesa, al menos para el sentido común; y si no
pesa es porque no tiene masa, diría un físico; y si no tiene masa, no tiene
espacio, no tiene un lugar. Los neurocientistas podrían agregar que se trata de
redes de interacciones neuronales que se producen al conocer. No sabemos dónde
se guardan dichos conocimientos –aunque hay identificadas áreas de “memoria” en
el cerebro. Tampoco sabemos cómo y bajo qué formatos se guardan los
conocimientos.
Todo lo anterior es verdad y a la vez es un engaño. Los
hechos que aluden las teorías científicas sostienen las afirmaciones
anteriores, si se quiere posar de “objetividad”. También, siempre ha sido un
argumento para señalar a la juventud que el estudio no le hace mal a nadie,
aparte de no ocupar lugar, no pesar físicamente.
Pero también hay otros hechos importantes. Que no ocupe
lugar o no tenga masa no implica que no exista. Tampoco que sea desdeñable y no
valga nada. Por el contrario, el conocimiento adquiere diversas connotaciones
en nuestra sociedad que señalan que el conocimiento sí ocupa espacio y cumple
roles.
Primero, este conocimiento que no ocupa lugar no es
cualquier conocimiento. Si el currículum es un lugar para el conocimiento, hay
ciertos saberes que están incluidos y otros no. Los saberes incluidos no están
ahí inocentemente: se trata de la formación de las jóvenes generaciones, por lo
que se explica esta selección. El punto más crítico reside en quiénes
seleccionan los contenidos y los propósitos que buscan.
Segundo, el conocimiento es cada vez más un “capital”, es
decir, una propiedad cuya posesión nos permite tener más. Ocasionalmente, ser
más. Esta tendencia no es nueva – de hecho toda la política de patentes y
propiedad intelectual y las prácticas del espionaje industrial así lo revelan. Pero
ahora se trata del conocimiento que han acumulado los miembros de la
organización, que no se encuentra codificado ni sistematizado. Es así que la
pérdida de un empleado puede representar una pérdida en la competitividad de la
empresa.
Tercero, el conocimiento es una forma de establecer y perpetuar
la dominación política de un grupo sobre otros, especialmente de un
conglomerado sobre el conjunto de la sociedad. La manipulación de la
información que hacen los medios es una clara evidencia de ello. Si nos dicen
machaconamente que vivimos en el mejor de los mundos posibles, entonces la
forma de conocer la realidad estará sesgada y condicionada con esta visión.
Cuarto, el conocimiento es un recurso de ventas. Acompañado
con escaparates iluminados y llenos de todos los productos que nos ofrece el
mercado hoy, el mensaje que invita al consumo es claro.
En las prácticas reales, el conocimiento no es universal sino
que siempre está acotado. El caso del currículum escolar es claro en este
punto. Los saberes parciales y sesgados que se enseñan a los estudiantes, la mayor fuerza del
carácter utilitarista que el conocimiento, la
unidimensionalidad de las visiones de la realidad, y la formación de
consumidores antes que ciudadanos, es una clara muestra que el conocimiento no
ocupa lugar, pero sí decide el lugar que ocupamos en la vida.