“Temo al hombre
de un único libro”, frase atribuida al teólogo medieval Tomás de Aquino. Otros
dicen que la frase comienza con “Cave”: ten cuidado. Cualquiera sea la versión,
el sentido es el mismo.
Ser hombre (o
mujer) de un “único libro” es sinónimo de sujeto unilateral y fundamentalista. Esta
manera de plantearse frente a la vida, a la sociedad, a uno mismo, es lo que
llamamos fanatismo. No sólo es propio de personas sino también de
organizaciones. En efecto, la historia nos habla de fanáticos religiosos, políticos,
racistas. El Ku-klux-klan, la Revolución Cultural China, el movimiento talibán,
el predicador Jones en Guyana, todos ejemplos de cómo la adhesión absoluta a un
libro en su letra puede llevar a excesos como los que estos casos representan.
Pero también
podemos preguntar: ¿es el libro el que lleva a los excesos o los sujetos ya
eran excedidos antes del libro? Un fanático puede serlo antes o después de
encontrar el leit motiv donde expresar su fanatismo. Para ser fanático es
preciso tener algunas condiciones previa, al parecer. Una persona equilibrada
no puede ser fanática, al menos no cabe como posibilidad.
El fanático se
caracteriza por la fe ciega, la persecución de los disidentes, la pérdida del
sentido de la realidad. La fe ciega del fanático está desprovista de
cualquier atisbo de duda o sospecha respecto de la literalidad del libro (o de
las palabras del gurú o líder). Su adhesión es total, lo que implica la pérdida
o la renuncia a la capacidad de tener pensamiento propio: su pensamiento es el
pensamiento del libro, la palabra sin cambios, sin versiones ni
interpretaciones. La palabra pura, el lógos, la esencia absoluta de la verdad y
lo correcto.
En el estado de
convicción absoluta el fanático no puede más que considerar a quienes no
participan del libro, como los enemigos por definición: son enemigos del libro,
de la palabra, y por consiguiente son sus propios enemigos también. Y el
enemigo –en la lógica guerrera que implica el fanatismo– necesariamente ha de
ser destruido: la muerte y aniquilación del enemigo y de las doctrinas erradas
que profesa. La violencia destructora es la única forma de “comunicarse” con
quien es el enemigo.
También el
fanático pierde el sentido de la realidad. En lugar de ver la realidad como la
abigarrada y a veces confusa intersección de los eventos, la multicolor
realidad de la sociedad con sus diferentes expresiones, el fanático sólo ve en
blanco y negro. No es capaz de distinguir matices por la propia lógica
implícita en la adhesión absoluta y acrítica a la literalidad del libro.
El fanático
impide cualquier proceso de cambio o mejoramiento a menos que sea un proceso de
conversión hacia su creencia. Por el principio de la fe ciega, el único cambio
admisible es la adopción acrítica, total y absoluta de la doctrina “verdadera”.
¿Por qué es
posible el fanatismo? ¿Por qué gente que parecía tan razonable y seria, cae en
estos extremos completamente incomprensibles? Baste pensar en cómo la nación
alemana, culta y moderada, se transformó bajo la influencia del nazismo. O bien
cómo, bajo la doctrina del evangelio del amor, la Inquisición persiguió,
torturó y asesinó a miles y miles de hombres y mujeres sólo por el hecho de
pensar diferente –baste pensar en Galileo o en Giordano Bruno. Para qué pensar
en el fanatismo de la dictadura militar chilena que bajo la lectura de “todos los
demás son comunistas; por lo tanto, son el enemigo y al enemigo hay que
destruirlo” persiguió, encarceló, asesinó e hizo desaparecer a miles de
chilenos.
El fanatismo es
posible principalmente porque las personas son débiles y no atinan a tener una posición
propia; por ello, la doctrina verdadera del único libro les viene a dar la
seguridad que no consiguen debido a su propia inconsistencia interior. También
el fanatismo surge cuando se renuncia completamente a la razón como guía de la
existencia; pero también cuando la razón se lleva al extremo de no aceptar nada
que no sea racional.
El fanatismo destruye
todo tipo de convivencia en los diversos contextos de la vida humana. Es
preciso estar atentos y vigilantes para que no se apodere de cada uno.