En "Alicia a través del espejo", Lewis Carroll nos muestra cómo lo que está al otro lado del espejo es una anti-realidad, todo está al revés. Y en esta copia feliz del Edén, en cuanto copia, las cosas no podrían ser diferentes.
La política "anti" ha sido parte de nuestra historia.
En el plano de las leyes la más famosa es la ley antiterrorista que condena a todos los chilenos a la amenaza de someterlos a a justicia militar por razones que alguien califica, aunque los delitos sean comunes. Es lo que reclaman los presos mapuche en huelga de hambre.
El ministro de educación ha propuesto también una ley "anti-bullying" o, eufemísticamente, de convivencia escolar. Ya hemos comentado en otras entradas de este blog cómo se instalan amenazas y diversos formatos de represión sobre comportamientos agresivos en el medio escolar.
El mismo ministro ha decidido castigar a la escuelas menos eficientes (curiosamente también las que atienden a los sectores más pobres) poniéndoles una luz roja. En otras palabras, etiquetándolas y enviando un claro mensaje "anti": esas son malas escuelas, busque una mejor para sus hijos; por ejemplo, una privada.
Para qué hablar de las manifestaciones públicas (supuestamente una garantía constitucional) - estudiantes, trabajadores, servidores públicos, profesores, organizaciones ecologistas, agrupaciones étnicas: todos sabemos de la represión, es decir, la actitud "anti" de los gobiernos de turno.
La política anti se realiza también por la tervigersación, el ocultamiento, la invisibilización. El discurso oficial sesgado: según el ministro del interior ahora la culpa y la responsabilidad son todas de los presos políticos. ¿Será que el gobierno está superado y tira la toalla? Si es así tendrá que recurrir a lo único que le queda: la fuerza. Los problemas no existen si no se los saca a la luz, y los medios de prensa en general han invisibilizado las demandas y los problemas, han acallado las voces de los muchos para darle lugar a las voces de los pocos.
También es cierto que hay políticas "anti-anti"(la doble negación que afirma). Cuando un organismo oficial investiga los abusos de ciertos médicos y no se inician procedimientos, se avala y favorece un compotamiento insano. Cuando la salud está reservada a algunos y negada a muchos: cuando los recursos públicos se destinan a favorecer a algunos sectores y niegan a las mayorías: ¿qué ciudadano civil puede atenderse en un hospital de alguna rama de las fuerzas armadas como cualquier hospital público? Aquí no hay disposiciones "anti". Hay una política anti-anti, es decir, de favorecimiento y apoyo.
La represión es la máxima expresión de la política anti. No es privilegio ni exclusividad de este gobierno. Ha sido parte de nuestra historia. Frente a ello uno puede preguntarse, entre otras, ¿por qué la represión es una forma "natural" de actuar de los gobiernos y no se reserva para situaciones realmente graves? ¿Por qué la democracia no puede utilizar los recursos de la convivencia democrática para resolver sus problemas? ¿Hasta dónde privilegiamos la solución rápida de los problemas -que al final no resuelve nada- y no una construcción colectiva, aunque sea lenta y difícil?
En esta copia feliz del Edén donde todo es al revés, donde la lógica delirante de Carroll queda corta, sólo queda levantar la conciencia contra-hegemónica, actuar consistentemente y hacernos cargo de que queremos un país diferente: no un anti-país, una anti-democracia.
Blog de politica y educación. Especial preocupación por la educación pública, y la superior. Abierto a la crítica y a la sospecha por opción democrática de la construcción del conocimiento y la ciudadanía.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
martes, 21 de septiembre de 2010
¿Mártires o suicidas?
Desde hace semanas se ha instalado ante la conciencia de los chilenos lo que algunos llaman “el tema” mapuche, pero que también puede llamarse de otras formas como “la epopeya” o “la tragedia” mapuche. Los nombres que se dan a los eventos los definen en cuanto tales. Durante meses –para hablar sólo de los últimos acontecimientos- la huelga de hambre de un grupo de 32 mapuches fue silenciada, hecha invisible por los medios de comunicación (con la honrosa excepción de la Radio de la Universidad de Chile que nunca dejó de informar). Claro que de vez en cuando se aludía a ellos como los huelguistas, los terroristas, los delincuentes. Finalmente la situación no dio para más y el Gobierno hubo de hacerse cargo.
Notable es la actitud del Presidente de la República que aludió a los 32 comuneros en huelga de hambre como si estuvieran suicidándose. Nuevamente, el lenguaje crea las realidades. ¿Suicidas? Se trata de seres humanos que no quieren morir sino vivir. Pero su cuerpo es la única arma de que disponen frente a un Estado que tiene a su haber todas las herramientas: las leyes, los medios de comunicación, las armas, la fuerza pública. Desde esa posición de poder casi absoluto, el Gobierno les conmina a abandonar su único recurso, para sentarse a una mesa de "diálogo", sin él despojarse de nada. Un tratamiento justo, al menos uno equitativo, sería que cada uno depusiera sus armas: los comuneros, la huelga de hambre; el gobierno, la ley antiterrorista. Pero no es así, al menos de parte del gobierno. Y si no es posible pensar en la equidad en el trato, ¿cuán posible será pensar en la justicia?
El gobierno amenaza con alimentar a la fuerza a quienes estén en una situación crítica. ¿No es acaso violencia? ¿No se atropellan los derechos humanos de quienes no tienen más que su vida para luchar por ella? ¿Dónde está el "asilo contra la opresión" en nuestra copia feliz del Edén? ¿Cómo es que este gobierno se pronunció con fuerza a favor de los huelguistas de hambre en Cuba pero no tiene un ápice de piedad por los compatriotas del pueblo mapuche?
Si toda la prensa los tilda de suicidas, entonces también podría pensarse que fueron suicidas Prat y sus compañeros, los diez militantes del IRA muertos en las cárceles británicas, o el Mahatma Gandhi, o el mismo Jesucristo. Todos ellos dieron sus vidas por una causa, no les fue arrebatada sino que la entregaron. Y no fueron suicidas sino que mártires. Los mapuches, en cambio, no son considerados mártires sino suicidas.
Pero estos comuneros están luchando por algo más grande que ellos mismos. Que hablen ahora las conciencias.
Notable es la actitud del Presidente de la República que aludió a los 32 comuneros en huelga de hambre como si estuvieran suicidándose. Nuevamente, el lenguaje crea las realidades. ¿Suicidas? Se trata de seres humanos que no quieren morir sino vivir. Pero su cuerpo es la única arma de que disponen frente a un Estado que tiene a su haber todas las herramientas: las leyes, los medios de comunicación, las armas, la fuerza pública. Desde esa posición de poder casi absoluto, el Gobierno les conmina a abandonar su único recurso, para sentarse a una mesa de "diálogo", sin él despojarse de nada. Un tratamiento justo, al menos uno equitativo, sería que cada uno depusiera sus armas: los comuneros, la huelga de hambre; el gobierno, la ley antiterrorista. Pero no es así, al menos de parte del gobierno. Y si no es posible pensar en la equidad en el trato, ¿cuán posible será pensar en la justicia?
El gobierno amenaza con alimentar a la fuerza a quienes estén en una situación crítica. ¿No es acaso violencia? ¿No se atropellan los derechos humanos de quienes no tienen más que su vida para luchar por ella? ¿Dónde está el "asilo contra la opresión" en nuestra copia feliz del Edén? ¿Cómo es que este gobierno se pronunció con fuerza a favor de los huelguistas de hambre en Cuba pero no tiene un ápice de piedad por los compatriotas del pueblo mapuche?
Si toda la prensa los tilda de suicidas, entonces también podría pensarse que fueron suicidas Prat y sus compañeros, los diez militantes del IRA muertos en las cárceles británicas, o el Mahatma Gandhi, o el mismo Jesucristo. Todos ellos dieron sus vidas por una causa, no les fue arrebatada sino que la entregaron. Y no fueron suicidas sino que mártires. Los mapuches, en cambio, no son considerados mártires sino suicidas.
Pero estos comuneros están luchando por algo más grande que ellos mismos. Que hablen ahora las conciencias.
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