El ex presidente Aylwin ha declarado al diario El País
(España) que el ex presidente Allende “hizo un mal gobierno y que el Gobierno
cayó por debilidades de él y de su gente” … “porque si hubiera sido un buen
político no habría pasado lo que pasó”.
En esta entrevista se busca el desentendimiento respecto de
las responsabilidades históricas. Es claro para todo ciudadano medianamente
informado, y especialmente para quienes lo vivimos, que el gobierno de Allende
cayó por la articulación de un conjunto de factores y voluntades. Es cierto que
hubo excesos y descoordinaciones en el gobierno popular, pero también es verdad
que la derecha –económica y política- desde el inicio fue proactiva en una
oposición cerrada. “Negar la sal y el agua” se decía entonces para representar
una oposición activa que cerraba todas las puertas a los diferentes proyectos e
iniciativas del gobierno. Recordamos la
corrida bancaria entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1970;
posteriormente el desabastecimiento de los productos alimentarios básicos (que
milagrosamente el día 12 de septiembre de 1973 estaban de regreso repletando
los anaqueles de supermercados y negocios), la infiltración de la CIA y el
financiamiento de la oposición (incluyendo los aportes a El Mercurio). ¿Mala
memoria o mala leche?
Sin embargo, esto no es nuevo –aunque sea relevante por
quien lo dice, un ex presidente del Senado en los tiempos del golpe de estado,
un ex presidente de la república post dictadura. En el mundo de la educación
pasa lo mismo, pero más silenciosamente, de manera menos pública y menos
evidente.
De tiempo en tiempo salen a la luz decisiones como la de
cambiar desde “dictadura militar” a “régimen militar” en un descarado intento
de echar agua y diluir un evento tan trascendental y doloroso para la historia
de nuestro país.
Sin embargo, lo más grave está instalado estructuralmente en
el modelo educacional.
Si se revisan las bases curriculares de los planes de
estudio de la enseñanza básica y media se encontrarán dos orientaciones claras:
una, la que enfatiza el desarrollo personal de cada uno de los(as) estudiantes.
La segunda pone como eje la orientación al desempeño social de los sujetos.
Ninguna de estas orientaciones puede considerarse mala o perversa en sí misma.
Es bueno que las personas se desarrollen; es bueno también que se inserten en
un mundo social.
¿Dónde está el problema, entonces? El problema no reside en
lo que se dice sino en lo que se oculta. Como Aylwin dijo de Pinochet,
“socarrón y diablito”: no dijo que fue un dictador cruel y despiadado que
persiguió, desapareció y asesinó a sus compatriotas, que fue un traidor al
presidente constitucional y a sus propios cómplices a los que dejó en la
estacada, que asesinó a compañeros de armas, que robó a manos llenas.
En el caso curricular lo que no se dice es lo relativo a la
apropiación de los saberes más significativos y relevantes para el desempeño
personal, ciudadano y profesional-laboral de los estudiantes en el futuro.
Tampoco se dice que el currículum debe preparar a los jóvenes para que se hagan
cargo de una sociedad imperfecta, injusta y corrupta para transformarla en una
sociedad renovada.
Con orientaciones formativas como las vigentes, a las que se
suman un gremio docente vapuleado y social y profesionalmente disminuido, y
una campaña sistemática para la destrucción de la educación pública, es claro
que tendremos ciudadanos desentendidos de todo lo social y preocupados
solamente de sus propias metas, de consumir y pagar las cuotas mensuales.