Son casi 4 semanas que el pueblo chileno se ha levantado diciendo ¡Basta! Como en otras ocasiones, han sido los jóvenes quienes han iniciado y mantenido el movimiento. Son niños y niñas escolares; son jóvenes universitarios; son jóvenes desempleados, marginalizados, invisibilizados. También son demasiados años, demasiados jubilados con pensiones de hambre, demasiados condenados a la enfermedad por no haber atención médica y sanitaria dignas y oportunas, demasiados engañados y estafados por las administradoras de fondos de pensiones. Demasiado dolor, demasiado.
El gobierno no ha estado a la altura de los desafíos. Ha reaccionado como cualquier régimen autoritario -dictatorial: las fuerzas policiales y armadas han reprimido las manifestaciones pacíficas. Han golpeado, detenido ilegalmente, gaseado, violado, manoseado, herido, dejado ciegos. Han matado, han desaparecido a personas.
En este marco aparece un giro radical en la episteme del neoliberalismo, especialmente del chileno, basado en la imposición por la fuerza de las armas. Es posible que no sean giros espectaculares; tampoco son novedosos para un observador externo. Pero para los chilenos son radicales puesto que implican poner en juicio las hasta ahora “verdades evidentes” sobre las que se asentaba la práctica socio-política chilena. ¡Hemos despertado!
El sentido del giro. Desde la colonización del sentido común que supuso el modelamiento de la conciencia social a la conciencia de la manipulación sostenida a que hemos estado sometido. El neoliberalismo impuesto por la fuerza y llevado a ultranza finalmente ha dado a luz a su necesaria consecuencia: no puedes explotar y expoliar a un pueblo sin que éste en algún momento se levante. Una conciencia que se expande y pasa de ser un fenómeno individual o de pequeños grupos, a una conciencia expandida que ahora permea y da sentido a todo un pueblo.
La propuesta contenida en este giro no se orienta al mejoramiento de condiciones de vida -cuestión de por sí legítima– sino que al cambio de condiciones fundantes como la Constitución Política de la República. No se quieren más ajustes o modificaciones: se demanda una nueva carta fundante de la nación que sea construida democráticamente y no por una comisión de adláteres como fue redactada la que hoy nos rige, aprobada en un plebiscito carente de toda legitimidad.
¿Cuáles son las demandas que debe satisfacer una nueva constitución? La voz de la gente lo dice: asegurar el derecho a una vida digna y de calidad para todos los chilenos. Salud, trabajo, educación, salarios dignos, derechos laborales, protección de los más débiles, participación ciudadana -democracia participativa antes que meramente representativa.
No se trata de igualitarismo económico. No se trata de eliminar a los ricos: sólo se trata que las diferencias entre los más ricos y los más pobres no sean tan abismales, tan impúdicamente extremas, tan violentas. Eso, por ahora.
En lo epistémico, se trata entonces de la construcción de un saber ciudadano renovado. Un saber que demanda y desafía a los saberes consagrados casi como dogmas: el saber económico del neoliberalismo, el saber político de la construcción de castas que finalmente dan la espalda a los suyos, el saber académico abstracto. Estos saberes deben dar paso a nuevos: del neoliberalismo salvaje a un régimen económico que vele por la dignidad y calidad de vida de todos y todas. De las castas políticas que se auto–reproducen, a la participación con representantes auténticos, más allá de los partidos como hoy los conocemos. Del saber académico abstracto al saber académico comprometido con su medio y su gente, el saber convivencial que reconozca en el otro a otro auténtico, más allá y por sobre las diferencias.
Este saber ciudadano se legitima por su contexto de producción, en cuanto se afinca en la conciencia popular, que lo crea y sostiene. Su validez le viene del hecho que traduce efectivamente las visiones que tienen las mayorías sociales acerca de qué es una vida digna y justa. Su prueba de fuego será la puesta en práctica. En eso estamos…