El 18 de Octubre de 2019 marca un hito en la historia nacional post-dictadura. Para algunos es el fin definitivo de la transición, que debe finalizar con el reemplazo de la Constitución espuria e ilegítima del dictador por otra que sea generada desde la nación, mediante mecanismos auténticamente democráticos. De alguna manera todas las demandas levantadas en estas últimas demandas están asociadas de forma importante al cambio de la Constitución de la República.
Toda la institucionalidad nacional se ha visto remecida, en diversos niveles y aspectos. La universidad no escapa a ello. Por eso es importante plantearse la pregunta por las implicancias que tienen los eventos recién pasados en el país sobre nuestra convivencia universitaria.
En este marco, una primera interrogante tiene que ver con si vamos a reconfigurar nuestra convivencia como académicos o simplemente haremos como que nada ha pasado y retornaremos a la “normalidad”. Parece del todo razonable pensar que la “normalidad” pre 18/10 no regresará. Las cosas han cambiado y no hay marcha atrás. Hay al menos tres niveles en que se puede plantear este punto:
a. Como la convivencia en la relación informal, en la conversación cotidiana, en el planteamiento de ideas y la discusión de las mismas, en orden a construir acuerdos y coordinaciones de acciones.
b. La convivencia en la relación formal, por ejemplo, en las reuniones a nivel de Escuela, Departamento o Facultad, donde la expresión de opiniones debe estar sustentada en argumentos valederos y razonables (como supone la lógica del diálogo académico).
c. La forma de relacionamiento a nivel institucional, participando en aquellas instancias que sean convocadas, ya sea de manera individual o colectiva (como grupo, equipo de trabajo, etc.)
Una segunda interrogante es si vamos a reconfigurar nuestra convivencia en la relación con los estudiantes como colectivo (centro de estudiantes, curso, por ejemplo). Nuevamente, los estudiantes ponen en evidencia su fuerza como actores relevantes, tal que desconocerlos sería prácticamente un suicidio social. Entre las posibilidades podemos contar las siguientes.
a. Preguntándonos a nosotros mismos, especialmente a nivel de Escuela, acerca de cuáles son los formatos de relacionamiento que tenemos con los estudiantes en los diversos espacios, particularmente en el aula, y las posibilidades de innovación y acción que ellos permiten
b. Variando o moderando –según sea el caso– la relación asimétrica del aula, e instalando (o mejorando) instancias de conversación y adopción de acuerdos respecto de las cuestiones docentes
Un tercer punto se refiere a cómo dar sentido a nuestra participación en las diversas iniciativas institucionales. De manera particular, en lo relativo a los estatutos de la universidad, así como otras normativas. Para ello parece necesario escuchar atenta y razonadamente las demandas de los estudiantes e instalar la conversación para ver hasta dónde pueden satisfacerse, especialmente mirando desde el compromiso de formación de calidad que tiene la universidad con la sociedad chilena y sus propios estudiantes. Escuchar sin negar ni descalificar; en efecto, las demandas no suelen ser gratuitas, siempre hay un fondo en ellas (a veces poco visible) que es preciso conocer y discernir.
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