Ninguna propuesta es ingenua. Menos aún cuando se refiere al tema de la educación. La llamada "revolución" del ministro Lavín no queda fuera de este principio.
Lo que el Gobierno propone no es una revolución, sino que un conjunto de medidas que, entre otras, consideran un cambio en la asignación de horas de trabajo en el currículum escolar: aumentar matemáticas y lenguaje, disminuyendo historia y ciencias sociales.
Esto no es inocente ni ingenuo sino que revela algunas convicciones y consecuencias como las siguientes
1.- la convicción que el sistema público es intrínsecamente malo y el privado necesariamente mejor; ergo, para mejorar la educación hay que privatizarla;
2.- la empresa privada, sin embargo, no se hace cargo de los casos que no tienen futuro sino sólo de los que prometen éxito; ergo, la educación pública se hace cargo de aquellos para quienes no se tienen mayores expectativas;
3.- lo importante son los puntajes en las pruebas estandarizadas nacionales (Simce, PSU) o internacionales (TIMMS, PISA) en las cuales matemática y lenguaje ocupan un lugar central; lo local tiene poca importancia a nivel internacional; ergo, se reduce el tiempo de trabajo dedicado a las ciencias sociales y la historia;
4.- si los puntajes son la clave, adquiere sentido la política del semáforo, que señala a los "buenos" colegios y estigmatiza a los "malos" establecimientos; pero estos últimos son los que atienden a los que menos futuro tienen (los más pobres); ergo, preocupémonos de las luces amarillas y que las rojas se las arreglen como puedan;
5.- la convicción que el éxito educacional es una cuestión de buena gestión (!?); ergo, directores-gerentes antes que directores-educadores es la solución;
6.- la convicción que más vale tener una instrucción moralista centrada en los valores de una determinada religión antes que una educación ciudadana en los valores de la democracia republicana; ergo, mantenemos las horas de religión y rebajamos las de historia.
¿Qué podemos esperar de todo esto?
Nada. Nada puede esperarse, puesto que "esperar" no es lo correcto. Es tiempo de actuar, aunque sea tarde, aunque sea con retraso para quienes creímos que la Concertación realmente significaría cambios auténticos.
Actuar ahora. Cada uno sabrá cómo y dónde. Pero es ahora.
¿Y dónde están nuestros senador@s y diputad@s? ¿Aquello@s que tienen mayoría en la cámara?
ResponderEliminarCada uno intentará? filtrarse por la fisura de la lógica de mercado.
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