viernes, 23 de diciembre de 2011

NAVIDAD Y CONTRADICCIÓN

Recibí un mensaje de un colega que deseaba "feliz navidad a los creyentes y a los no creyentes". Me impactó la sencillez y profundidad de lo dicho. Y hay dos cuestiones que quisiera compartir en estos días, menos específicas de la educación pero no menos políticas, ciertamente que no.

Primero, ¿por qué desear todo esto, sin hacer distingos?

Supuestamente la Navidad es una fiesta de los cristianos (hay otros creyentes que no lo son y la Navidad nada les significa). Así ha sido desde que tenemos uso de razón, al punto que una de las claves de esta fiesta es (era) la Misa de Nochebuena, después de la cual se celebraba el nacimiento de Jesús, el Emmanuel, el "Dios con nosotros".

Esa cosa cristiana ya está bastante pasada de moda. En la actualidad no vamos a los templos sino que al mall, al centro comercial, o al menos a la feria artesanal, donde compramos cosas pensando en nuestros amores de todo tipo. Y por la noche del 24 o por la mañana del 25 según sea la costumbre de cada uno, hacemos la auténtica celebración, la nueva liturgia: ¡¡abrir los regalos!!

Esta es la nueva epifanía, la nueva manifestación, la renovación de una presencia. Pero ya no es Dios con nosotros sino "el consumo está con nosotros". Y los sacerdotes de esa liturgia no son los presbíteros entre nubes de incienso y cánticos sagrados, sino que los comerciantes, entre la cacofonía de villancicos chillones y el sagrado aroma del dinero.

Sabemos que la fiesta de navidad no sólo hace referencia al nacimiento de Jesús sino que también asume y hace propios una cantidad de símbolos de origen pagano, apropiándolos y resignificándolos. El árbol de navidad es uno de ellos. Pero hoy podríamos decir que la situación ha cambiado. La navidad no es el vehículo para cristianizar los componentes del mundo pagado. Por el contrario, el consumo como actividad y el consumismo como actitud ante la vida han asimilado a la navidad, de manera que ha quedado reducida a un componente del mercado, que viene a ser la auténtica religión (lo que nos re-liga o re-une) de nuestro tiempo.

Pero hay una segunda cuestión a destacar que tiene que ver con la segunda parte, aquellas de "los creyentes y los no creyentes". Es el sentido profundo de la navidad, incluso más allá de lo que significa para los cristianos sino que para todo ser humano.

Primero, como cuestión inicial, quiero señalar que este nacimiento puede leerse con diferentes ojos:

- con los de la ternura por un recién nacido (“oh qué lindo el niñito, rubiecito y con los ojitos azules” –como si no los hubiera de otros colores);

- con los ojos de quien siente una carga adicional (“otro hijo, y cómo me las voy a arreglar, cómo los voy alimentar, educar, sacar adelante”),

- con los ojos de quien ve una oportunidad (“otro más para el regimiento de consumidores, otro más para la máquina de la producción, otro voto del grupo de los insatisfechos para seguir profitando de ellos”).

Lo segundo, entonces, es que este nacimiento debe leerse como una bofetada, un llamado de atención a despertar, a recuperar el sentido de las cosas. Así, se trata de un nacimiento, un niño pequeño que pone en evidencia nuestra humanidad. Este niño refleja la fragilidad de lo humano a la vez que su grandeza. A la vez que evidenciar nuestra miseria, nos pone ante los ojos la esperanza, que la vida siempre triunfará y la celebración de este nacimiento nos permite cada vez recuperarnos a nosotros mismos, invitándonos a re-nacer, a re-inventarnos como sujetos, como familia, como colectivo.

También se trata de un niño que nace en la pobreza. Pobreza entendida como lo que es la pobreza: establo, olores, frío (es invierno por Belén), hambre. La pobreza de espíritu es otra construcción. La pregunta que surge es si está bien eso, está bien que sigan naciendo niños y niñas en esas condiciones. O si acaso necesitamos disponer nuestro mundo para acoger con más dignidad y afecto a los nuevos hijos e hijas que vayan naciendo, así como para los que ya nacieron y siguen allí en su pobreza.

Este blog quiere ser político y educacional. Por eso esta reflexión: ¿hay algo más político que la vida humana?

lunes, 19 de diciembre de 2011

SOÑAR Y LUCHAR. A propósito de Paulo Freire

El educador brasileño Paulo Freire, uno de los grandes maestros latinoamericanos, escribe en uno de sus últimos textos acerca de los sueños, y cómo estos dinamizan y dan sentido a nuestra vida, a nuestra lucha. Por cierto, podrá objetarse que los sueños son eso, nada más, que la realidad es completamente diferente. Es verdad, porque si la realidad fuese perfecta, entonces soñar no tendría sentido. Pero como no lo es, en esta perspectiva soñar es un derecho tanto como un deber, no un escapismo.

¿Cuándo un soñar es no ilusorio, no enajenante?

Primero, cuando los sueños no se producen en el dormir sino cuando se está despierto, consciente, alerta, vigilante, reflexivo. Soñar no es algo que se de en la inconsciencia, la enajenación, el escapismo. El soñar se produce en el enfrentamiento de la realidad.

Luego, sabiendo que los sueños son construcciones de colectivos o comunidades que conversan y negocian sentidos de sus existencias, proponen, promueven y declaran sus aspiraciones como un acto de justicia. Los sueños que uno sueña solo frente a sí mismo son válidos también, pero no necesariamente legitiman una acción ni constituyen base para el derecho.

En tercer lugar, los sueños declaran y traducen las aspiraciones profundas de los despojados de la tierra, de los abandonados, de los pobres, los explotados, los torturados y exiliados, los parientes de los desaparecidos, que desde la materialidad de su existencia demandan otra forma de ser, vivir y convivir.

Cuarto, que el sueño es contraparte de la ira, pero no la niega. Un sueño que soñamos y no nos predispone a la ira, a la movilidad, a la agitación, no es un sueño auténtico. Puede ser un escapismo pero no es un sueño.

Quinto, que soñar significa también tener conciencia que hay otros que sueñan diferentes sueños, que pueden ser incluso nuestros anti-sueños.

Finalmente, que todo sueño demanda su realización. Por eso es que soñar exige luchar: formar parte de un colectivo, una comunidad, una asociación, que lucha por los sueños que juntos han construido.

¿Qué soñamos hoy los chilenos?

¿Qué nos enseña el año 2011 respecto de la construcción de sueños?

Los estudiantes nos han enseñado que otra educación es necesaria y posible, a pesar de lo que digan quienes piensan y sueñan con la libertad para unos pocos y la injusticia para la mayoría. Camila, Giorgio, Camilo y miles de otros rostros están soñando esos sueños para todos.

Los trabajadores nos dicen que es posible soñar con un estatuto laboral más justo y digno. Que la ganancia escandalosa de las corporaciones son sueños de otros y correlativamente son nuestra pesadilla.

Los defensores del medio ambiente construyen sueños de energías renovables no contaminantes, no destructivas. Que Hidroaysén y las termoeléctricas son sueños de otros, no los nuestros.

Las siamesas María Paz y María José, nos dicen que es posible convocar a decenas de especialistas para trabajar y luchar por sus pequeñas vidas.

Los luchadores por la justicia sueñan sus sueños, las agrupaciones de artistas los suyos.

Los diversos colectivos de nuestra sociedad están soñando esos sueños.

Y el año 2011 ha impulsado e incrementado estos sueños al hacerse evidente que nuestros anti-sueños tienen rostro – son los grandes grupos económicos, las empresas que se coluden, los partidos políticos que sueñan sus pequeños sueños de acaparar, mantener o recuperar el poder.

¿Son puras ilusiones, producto de mentes afiebradas de esos “inútiles subversivos”? ¿Qué sostiene nuestros sueños? Paulo Freire nos diría: es la esperanza. Es la certeza de lo que todavía no es pero ya esta siendo. Esperanza que no es quedarse sentado esperando que la historia nos encuentre. Esperanza que es construcción activa, compromiso, acción.

lunes, 12 de diciembre de 2011

¿RUIDO DE BOTAS?

"Tenemos que estar plenamente preparados con nuestra fuerza militar" declaró el Ministo de Defensa Andrés Allamand (El Mostrador del 10 de diciembre de 2011).

Como ciudadano me pregunto por qué y para qué. El ministro se adelanta y dice que se debe a las cuestiones limítrofes con Perú y Bolivia, a los cuales implícitamente califica de "agresores potenciales" - claro, en otra época fue el turno de Argentina.

Con estas palabras el Gobierno chileno echa por tierra todas sus apuestas iniciales: que somos un país pacífico (ciertamente lo somos, pero ¿el Gobierno?), que somos respetuosos del derecho (casi siempre, hasta que se transforma arma de injusticia), que las instituciones funcionan y que el Gobierno acatará y respetará las decisiones de los tribunales internacionales.

Pero si las cosas son así, ¿para qué tanta preparación militar? ¿O bien no estamos en el centro de la hipocresía cuando el gobierno declara su adhesión al derecho y a la vez se(nos) prepara para la fuerza?

Esta es la primera parte.

Hacia el final del texto, sin embargo, el ministro da un giro y llama a los políticos y al gobierno a estar atentos, haciendo referencia a la situación interna y aludiendo a un tsuami ciudadano: "impresiona que los partidos se enfrascan en disputas internas o en polémicas que nadie entiende, sin asumir el tsunami ciudadano que se les viene encima".

Y ahora surge con mayor fuerza la pregunta: ¿para qué la fuerza militar? ¿será que se preparan para defender al país de estos agresores externos que han ido a los tribunales internacionales en lugar de movilizarse?

O más bien, ¿no será que se preparan para enfrentar el tsunami ciudadano: contra los estudiantes, los trabajadores, las minorías etnicas, los deudores habitacionales, los estafados de La Polar, los abusados por las Isapres? Es posible que los Labbé, los Krasnov, los Rodríguez, los muchachos de Chacarillas estén pensando en lo mismo, sonriendo y frotándose las manos.

Educarnos como ciudadanos significa estar conscientes de quién es el enemigo del pueblo chileno, y que ese enemigo no está fuera de las fronteras. Pero tambien, educarnos significa movilizarse, crear conciencia, estar atentos y preparados para reaccionar ante cualquier intento de aventura militarista, ya sea interna como externa.

Educar para la paz es tanto accion como discurso. Y si hay que elegir, entonces que sea acción que haga carne y sangre el discurso de la paz.

martes, 29 de noviembre de 2011

TRAIDORES

Finalmente la ley de presupuesto para 2012 pasó las barreras, aprobándose la partida correspondiente a educación, para cuya modificación se hicieron tantos esfuerzos de parte de la ciudadanía, en particular de los estudiantes que han llevado adelante un paro de 7 meses de duración. Nadie puede negar el aporte que estos jóvenes han sido para renovar la alicaída vida política de un país que fue el modelo estrella del neoliberalismo y que ahora no halla cómo enfrentar sus crisis.

En el caso de las universidades estatales, nuevamente el aporte basal no se considera y es posible pensar razonablemente, que está condenado a morir. Al menos eso se desprende del discurso oficial sobre el tema. Por cierto, esta situación es grave para las universidades estatales en Santiago o Valparaíso, pero llega a ser trágica para universidades de menor tamaño o situadas en las otras regiones del país, que no tienen una capacidad instalada, que están lejos de los centros densamente poblados, y que además de la crisis financiera y de estudiantes, también están hoy enfrentando crisis financieras importantes.

Una mirada ingenua pensará –no sin razón- que hay aquí una culpa y responsabilidad clarísimas de parte del actual gobierno. Es verdad, sí las hay y la tozudez, indiferencia, negación con que ha actuado el Ministerio de Educación, no pueden dejar de asombrarnos.

Esto no es una novedad. Por el contrario, podríamos llamarlo la “crónica de una muerte anunciada”, la historia de cómo la educación universitaria pública fue desmantelada a través de un programa político iniciado en 1981 por la dictadura, que en nombre de la libertad abre este campo a la iniciativa privada sin medida ni restricción. Una de las claves de esta destrucción está dada por la disminución progresiva del aporte fiscal a sus universidades; incluso la legislación de la dictadura señalaba que el aporte estatal se reduciría hasta al 50% del presupuesto. Algo no funcionó y hoy tenemos aportes que fluctúan entre el 10% y el 14% del presupuesto universitario.

Durante los gobiernos de la concertación muchos esperamos que las cosas cambiarían. Ilusos! Nada cambió, y los cuatro gobiernos de esta derecha maquillada de progresismo se dedicaron con entusiasmo relativo a profundizar la situación, disminuyendo progresivamente los aportes. Tuvieron todas las posibilidades para hacer los cambios. Quizás no hubo mayoría parlamentaria pero había un país movilizado, un país que se estremeció hasta sus bases en 2006 con la “revolución pingüina” que finalmente se diluyó entre las acrobacias y contorsiones de los políticos.

Hoy el gobierno de la derecha sólo está echando las últimas paletadas de tierra, pretendiendo enterrar en vida a una de las instituciones más valoradas y prestigiadas en el mundo, la universidad pública, al negarles a sus propias universidades, un financiamiento basal que asegure su supervivencia como tales.

Todos son culpables: la dictadura, los gobiernos de la concertación, el gobierno actual.

Todos son traidores.

Todos ellos nos han engañado.

Todos ellos cargarán sobre sus espaldas y sus conciencias (?) el haber negado al país una universidad moderna, libre, equitativa, gratuita, de calidad.

Y también nosotros que esperamos en una ingenuidad que casi parece estupidez, que estos próceres cumplieran con su deber de gobernar para toda la sociedad chilena y no únicamente para los grupos de interés que hoy como ayer detentan el poder del dinero. Ese dinero que todo lo compra. Ese dinero que calma las conciencias.

No olvidar nunca, entonces, que los que nos piden nuestro voto cada cierto número de años son los que nos han engañado sistemáticamente, los que se ríen de los pobres, los que rasgan vestiduras pero igual tienen las manos metidas en el negocio.

No más. Nunca más.

martes, 22 de noviembre de 2011

UNA HISTORIA DE COMPLICIDADES (Parte 2)

¿Qué es ser cómplice? En el lenguaje judicial o penal se habla de cómplices en relación a un crimen, es decir, una acción reprobable, reprochable y sancionada. Se llama cómplice a quien se asocia con otro(s) para la comisión de un delito. Curiosamente la palabra no se utiliza para referirse a una actuación que es apreciada o considerada positiva por la sociedad. No hablamos en Chile del Padre Hurtado y sus "cómplices", tampoco de Camila Vallejo y sus "cómplices", si bien a esta última muchos qusieran calificarla (o ya lo hacen) como una delincuente. Sí podemos hablar de Contreras y sus cómplices en la violación sistemática de los derechos humanos por el terrorismo de Estado.

Hay sin embargo otras acepciones, que podríamos utilizar para calificar las complicidades. En primer lugar, por cierto la implicación activa en los hechos. También lo que se conoce como "ayudista". Estas dos figuras están tipificadas en la ley. Pero no se considera con igual fuerza la complicidad del silencio, que se agrava y es mayor cuando los que guardan silencio podrían haber hecho algo con sólo levantar la voz, ya sea individual o colectivamente.

En el mundo universitario encontramos con demasiada frecuencia esa complicidad del silencio respecto de la gesta de los estudiantes en su lucha por una educación libre, gratuita y de calidad. Algunas autoridades han levantado la voz, lo que les honra. Pero tantos y tantos académicos que se mantienen en silencio, que han estado callados durante todos estos largos meses de lucha evidencian, lo que evidencia cómo tantos están en complicidad con las fuerzas reaccionarias que insisten en mantener un modelo de educación superior que a todas luces está fracasado.

Es posible que algunos lo hagan por convicción, esto es, porque no creen que la lucha estudiantil sea justa y sí que el estado actual de las cosas es lo apropiado. Esto sería incluso aceptable en el marco de una universidad pluralista como la de Chile.

Pero lo que parece más grave es que muchos, demasiados, académicos pasan frente a esta lucha con indiferencia: no es nuestra lucha, nosotros no estamos en paro. Y cuando los estudiantes regresan(en) a las aulas, con toda seguridad comenzarán a tratar sus temas académicos sin hacer mayores comentarios a seis meses de historia que, para ellos, ha pasado por el lado.

¿Qué hacer? Los estudiantes están regresando a las aulas y uno se pregunta cuál será la actitud correcta. Entre otras podrían pensarse algunas acciones como

- partir por reconocer que los estudiantes que regresan a las aulas ya no son los mismos de hace 6 meses, porque ellos no han estado de vacaciones: regresan parcialmente de un campo de batalla que les ha marcado;

- por consiguiente, respetarlos y no demandarles un trabajo que sabemos que es el preludio del fracaso

- no evadir la discusión ni el debate respecto de los grandes ejes de la transformación que estamos viviendo

- dar la cara y estar dispuestos también a dar razón de nuestra actuación (o falta de la misma) durante el paro

- tener conciencia que este proceso no ha terminado y, para muchos, aprovchar esta ocasión para insertarse en un movimiento que está haciendo historia en el país, para lo cual,

- asociarse a algunas de las iniciativas que están surgiendo.

No más espectadores de la historia; menos aún, jueces, censores o inquisidores.