¿Por qué será que casi no nos sorprendió la renuncia del ex
rector de la Universidad del Mar y lo que declaró al respecto? ¿Por qué esta
noticia es sólo eso, una noticia, y no un escándalo? ¿Por qué no ha revestido
la notoriedad del caso de La Polar? ¿Acaso las malas prácticas comerciales de
una universidad son menos relevantes que las de una tienda de retail?
El Ministro de Educación anunció que el lunes próximo (4 de junio) auditarían a la Universidad del Mar, arriesgando incluso su clausura de hallársela
culpable (¿cuál será el delito?). A la vez llama a
los estudiantes “a que sigan
estudiando, a estar tranquilos” puesto que “las sanciones son para la
universidad y no para sus estudiantes”.
Interesantes palabras del ministro, que traducen lo
siguiente:
Primero, el ministro no hace distinción entre la universidad como ente
académico y la universidad como negocio; de hecho señala que los “controladores”
(dueños) no habrían hecho bien las cosas
Dado que universidad y dueños son lo mismo, entonces
queda claro que el negocio y la universidad no son cosas diferentes sino una sola y la
misma. La universidad es un negocio como cualquier otro, como una tienda de
departamentos, un supermercado, un restaurante.
Por esa razón el ministro no hace referencia alguna al tema
del lucro; quizás por dos razones: (a) porque según la ley las universidades no
persiguen lucro (!!!), o bien (b) porque para el ministro el lucro es algo “natural”; también pueden ser las dos
razones simultáneas
Por ello se entiende que el cuestionamiento ministerial a la
universidad no es por el lucro sino por no cumplir los estándares básicos del
negocio. Lo se sanciona es la codicia, la rapiña sin límites;
porque incluso en el modelo neoliberal hay ciertos límites, “esas cosas no se
hacen porque perjudican al negocio”. Así, una tienda que estafa a sus deudores (La
Polar), un supermercado que no respeta las normas de seguridad alimentaria
(varios en la lista), un restaurante que no cuida de la higiene (demasiados) …
es lo mismo al fin de cuentas.
Finalmente, la guinda que corona todo: el ministro invita a
los estudiantes a estar tranquilos, a que sigan estudiando. O sea, no ha pasado
nada. Es un problema financiero pero la academia no ha sufrido. Los profesores
siguen trabajando, felices y contentos; los recursos para el aprendizaje están
ahí; el personal de colaboración no se ha resentido en su situación. Como si
los estudiantes y sus familias no fueran las primeras víctimas de todo ello.
Los docentes y el personal tienen sueldos impagos –dicen las noticias-, hay
deudas previsionales, no se dispone de recursos.
Si el ministro dice que la universidad será castigada,
oculta descaradamente (porque no puede ser ingenuo) que los estudiantes han
sido castigados desde el primer día en esta universidad. Y miles y miles de
estudiantes y familias lo han sido en estos más de 30 años en que la codicia ha
hecho de la universidad un negocio –ni siquiera una empresa, puesto que éstas a
veces producen bienes para la sociedad. Un simple negocio donde nada importa sino ganar dinero.
Y la ley lo permite. Y ninguno de los gobiernos ha hecho
nada –ni de la Concertación ni, menos aún, el actual. Ya es hora de decir
basta. Es posible concebir la educación superior privada –de hecho existe desde
fines del siglo 19. Pero lo que está sucediendo es inaceptable. Razón tienen
los estudiantes: no más lucro. Educación pública, gratuita y de calidad para
todos. Educación privada, pagada y de calidad para los que quieren y pueden.
Hay lugar para todos pero no para los ladrones, los
codiciosos, los que se enriquecen con los sueños de los más pobres.
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