La propuesta de reforma educacional del gobierno de la presidenta Bachelet, a la cual se asocia la reforma tributaria, no ha dejado de suscitar reacciones, muchas de ellas adversas. Algunos se oponen porque consideran que aún es muy poco; otros lo hacen porque creen que es demasiado.
En su afán de convencernos para que queramos lo que ellos quieren (eso es ideología, diría Gramsci) están planteando por diversas vías, al menos tres argumentos.
El primer argumento es el egoísmo o la consideración del propio interés. ¿Por qué -preguntan- has de pagar con tus impuestos la educación gratuita de otros, especialmente de los que tienen más? ¡Es verdad!, diría uno ingenuamente. Pero lo que realmente están diciendo es: no apoyes una reforma que hará que todos tengan mejores oportunidades; deja que paguen los que pueden pagar y que los pobres sigan donde están. En palabras del rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, no es decir "pague para una mejor educación", sino que lo que realmente están diciendo es "pague para segregar a sus hijos de quienes no tienen no tienen ingresos como para pagar este nivel".
El segundo argumento que se esgrime es el de la culpa. No hay que subvertir el orden natural de las cosas. ¿Cómo hacerse responsable de las tropelías que observamos hoy: estudiantes en las calles haciendo cualquier cosa menos estudiar; estudiantes ocupando sus establecimientos y haciendo todo tipo de destrozos y quizás qué otras cosas -Dios mío! Y somos culpables de ello porque lo permitimos. Y no nos dejan pensar que esos estudiantes están ejerciendo una ciudadanía que otros no nos hemos atrevido a ejercer. Ahora nos sentimos culpables por permitirlo con nuestra indiferencia; y por lo mismo nos sentimos culpables por no haberlo hecho nosotros. Y para estas culpas muchos no tenemos confesionarios.
Finalmente, el tercer argumento, que es el del miedo. Todas estas reformas vienen a alterar el orden constitucional, este orden que nos ha permitido ser un país "casi": casi desarrollado, casi civilizado, casi primer mundo, casi país para todos. Y si rompemos el orden instituido, entonces debemos temer que se venga todo abajo. Que nos convertiremos en una nueva Cuba o, peor aún, una nueva Venezuela. Y junto a esta amenaza está aquella otra, no pronunciada abiertamente sino que sugerida calladamente en círculos cerrados: no olvidar lo de la "democracia protegida". Sí, no se pasen de listos, porque desde los cuarteles los estamos observando, chilenitos.
Y la última advertencia: si por ahora pueden pasar algunas reformas deslavadas por las negociaciones que termina haciendo el Gobierno con la oposición, mejor ni pensar en una Asamblea Constituyente. Mejor piense en usted (egoísmo), tenga tranquila su conciencia (culpa), para que nada amenace nuestra convivencia (temor).
En este casi país, me siento casi feliz. O, lo que es lo mismo, casi desgraciado.
Apreciado Maestro... Como siempre su punto en busca de la "i" se acerca micho a mi propia visión. Un agrado leer nuevamente su opinión. LCanto. Talca.
ResponderEliminarGracias Luis. Creo que no podemos callar. Como ciudadanos somos también testigos ("hystor" en griego, de donde viene "historia"). Pero testigos que dan la cara, no los encapuchados de la dictadura. Sigamos luchando por un país mejor. Un abrazo
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