No hay
institucionalidad educativa que no prometa aquello de la formación integral. Más aún, es difícilmente concebible que alguna
se atreva a declarar que la formación que propone no lo es. Tanto
la educación laica como la religiosa, la
privada y la pública, la primaria, secundaria
o superior. Siempre la educación es integral. Ese es el mito:
lo que dicen ser y hacer.
¿Qué señalan los hechos?
Lo
primero a constatar es el impacto de la escuela, especialmente a través de la vida personal de cada uno. Ninguno podría atribuir la integralidad de su existencia únicamente a la escuela aunque sí podría reconocer el peso mayor o
menor de la misma. De hecho, las vidas son resultado de demasiados factores y
atribuirlas a la escuela es de una ingenuidad casi enternecedora o de un
reduccionismo rayano en la perversión.
La
segunda fuente de evidencia proviene de una escuela abocada a los resultados de
los exámenes nacionales. No puede
proporcionar formación integral a sus estudiantes:
está preocupada de los logros y
resultados, para los cuales enseña. La necesaria convergencia
que demanda una formación orientada a la homogeneidad
de los resultados hace irrelevantes los desarrollos individuales de cada
estudiante. Aún más, la divergencia es una falta, una desviación inaceptable del orden preestablecido, poniendo en peligro
los resultados de la escuelas en los exámenes nacionales o
internacionales.
Por otra
parte, aunque pueda suceder que algunas escuelas efectivamente hagan honestos y
grandes esfuerzos para lograrlo, en los hechos son las grandes mayorías las que sufren de una educación parcial, ideologizada, colonialista, sesgada,
constructora de inequidades y a la vez productora y reproductora de una
sociedad intrínsecamente injusta.
Cuarto, cuando
llega a proporcionar algo de más integralidad, lo hace como
un suplemento: además de los resultados
garantizados, también se permite a los estudiantes
algunas exploraciones personales. Pero no todas: están aquellas que estimulan la diferenciación individual, las demarcaciones débiles, las porosidades, aunque manteniendo los focos en los
exámenes. Finalmente son los exámenes nacionales e internacionales los que fijan realmente
el currículum, es decir, el proyecto
educativo de una nación. ¿Quiénes fijan, promueven,
financian, difunden dichos exámenes internacionales? ¿Quiénes se benefician con una
educación no integral sino que
reduccionista?
En quinto lugar, la posibilidad de la formación integral
está relacionada directamente a los recursos y a la visión de la misma. La
escuela puede proporcionar oportunidades a sus estudiantes según disponga de
los recursos para ello: por eso, la escuela para los pobres seguirá siendo una
pobre escuela si se mira únicamente desde los recursos físicos, financieros, tecnológicos,
disponibles. Pero también la visión de qué es formación integral es clave.
Suele entenderse la formación integral desde una perspectiva moralizante
absolutista; es decir, es moralizante en cuanto la formación integral está
asociada a una matriz de valores que corresponden a los propuestos por los
grupos dominantes para los grupos dominados. Y es absolutista en cuanto no
acepta la existencia de otra visión, imponiendo la suya sin posibilidades de
alternancia.
Enfrentada
a la sociedad, la escuela no reconoce que la formación que proporciona es parcial, no integral. Esta es una de
sus mentiras fundamentales y que constituye un eje del mito de la formación integral. O si se prefiere, la mentira de la formación integral.