domingo, 7 de julio de 2013

CALIDAD

Revisando viejos archivos, encontré este texto. No estoy seguro de haberlo escrito, pero me pareció interesante. Ahí va.


Una de las características de la calidad en el marco de la gestión industrial tiene que ver con la homogeneización.
Esto tiene dos caras: (i) el cliente tiene la seguridad de la estabilidad del producto, de sus características, del grado en que satisface sus necesidades o posibilidades; (ii) la empresa ahorra costos al tener productos más uniformes de los cuales preocuparse
La garantía de estabilidad del producto para el cliente tiene la trampa que asume que los clientes son todos iguales, tienen las mismas necesidades, tienen los mismos recursos; en otras palabras, que son homogéneos: productos homogéneos para clientes ídem. Y si no lo son, entonces el aparato publicitario se encarga de producirlo o de convencer a estos clientes que deben ser iguales, que ser diferente es un error y un horror. La escuela como institución social cumple de manera soberana este rol de homogeneización: aprenden las mismas cosas, tienen los mismos códigos de conducta, se adaptan al régimen profundamente autoritario del aula y la escuela.
Si uno de los criterios de la calidad está puesto en, o es definido por, la reducción de la variabilidad, entonces la escuela tendría sentido en la medida en que produzca seres homogéneos, comparables, predecibles.
Pero no queremos eso. Nos rebelamos. Queremos una escuela en la que el silencio ominoso de las aulas cerradas deje paso a  aulas abiertas, en las que niños y niñas puedan conversar con el mundo.  Queremos escuelas y universidades donde se privilegie la diferencia, el pensar alternativo, la creatividad por ruptura de las reglas de lo cómodo, de lo sabido, de lo regustado. Donde el verbo crear sea más importante que el verbo reproducir. Donde la exploración sea tan relevante como el algoritmo. Donde la ciencia y la poesía conversen, particularmente en el alma de cada uno y de otro.
¿Es  posible soñar con una escuela así?
La evidencia cotidiana nos dice que ello es posible. Efectivamente, cada día miles y miles de niños y niñas pequeños en el Jardín Infantil ponen a prueba sus conocimientos y destrezas así como los de los que los cuidan.
¿Y es posible pensar una universidad así? Porque, claro está, una cosa es trabajar con niños pequeños a los cuales prácticamente no hay que enseñarles y lo que aprenden es completamente irrelevante (otra trampa conceptual!), pero cosa diferente es hacerlo con jóvenes dotados de una capacidad instalada intelectual, afectiva, ciudadana, etc. Máxime tratándose de la formación profesional. Y como queremos  ser los mejores, entonces pasamos el máximo de materia de manera que los estudiantes tengan que reventar estudiando, sin vida propia, sin pololeo,  o dedicándose a no morir de hambre o aburrimiento.

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