En esta copia feliz del Edén hemos hecho un descubrimiento que ningún país, hasta donde se sabe, había realizado. Fundamentalmente se trata que lo privado ahora es público. En efecto, ya no hay distinción entre universidades públicas y privadas. Las universidades privadas también son públicas, puesto que prestan un servicio público. No porque su dueño sea el Estado, es decir, la sociedad chilena; eso no tiene nada que ver. Es la “vocación de mercado” lo que hace que algo sea público o no.
De esta manera la Universidad del Ratón Miguelito, que es privada pero presta un servicio público, es tan pública como la Universidad de Chile o la de Santiago o la de Talca o la de La Frontera. De aquí se pueden desprender importantes conclusiones que debieran ser tenidas en cuenta por todos.
Primero, si las universidades privadas cumplen el rol público, entonces ¿qué sentido tiene que existan universidades que se denominan públicas sólo porque su dueño es el Estado? Porque lo público o privado no está definido por la propiedad sino por la vocación. Privaticemos las universidades del Estado y ahora tendremos sólo universidades públicas (de propiedad privada, por cierto).
Segundo, si las universidades privadas (es decir, las reales universidades públicas) cumplen ese rol, entonces no habría necesidad de hacer discriminaciones odiosas en materia de financiamiento: todos deberían recibir su parte. ¿Y la Orquesta Sinfónica Nacional? Que vendan entradas, así se autofinancian los grupos artísticos. ¿Y el Servicio de Sismología? Que vendan información, por ejemplo a las constructoras y se financian. ¿Y la filosofía y las humanidades? En este caso específico… ¿qué es eso? De aquí se deriva la tercera conclusión.
Tercero: si algo no tiene valor de mercado, es decir, no se enmarca en el servicio público, entonces no vale conservarlo. Eso sí tendría un carácter netamente privado. Cualquier ciudadano puede estudiar filosofía o leer a los clásicos: es una cuestión completamente “privada”, es decir, personal. Claro que si hay un grupo dispuesto a pagar por ello, entonces surge el servicio público y todo se arregla, todo logra su equilibrio, todo está bien.
Cuarto, si el criterio articulador de todo es el de “sentido de servicio público”, entonces podríamos expandirlo al mundo de la salud: ¿para qué el servicio de salud pública si todos los servicios son públicos? Dejemos estos léxicos ambivalentes y transformemos todo en público.
Que se privatice la propiedad, mientras no se privatice la misión, ésa es la regla. Claro está que bajo este predicamento prácticamente toda la actividad económica es de carácter público: los supermercados prestan un servicio público, los guardias azules de los bancos al igual que la policía, las farmacias que están en cada esquina al igual que la farmacia del policlínico, las escuelas pagadas al igual que las sostenidas por el Estado.
En resumidas cuentas, los chilenos hemos logrado lo que ninguna de las revoluciones comunistas o socialistas han logrado hasta la fecha: tener un sistema completamente público, donde todos los ciudadanos tienen derecho a los servicios sin restricción alguna.
Claro que hay un par de cosas que dan sombra a nuestra copia feliz del Edén. Una de ellas, es que hay que pagar. Olvídense de la gratuidad. Si no pagas no hay servicio. Pero es un detalle. En general vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Es una jugada interesante: borrada lo frontera de lo público y privado se anulan también los conflictos de interés.
ResponderEliminarTal vez la clave está en la primera línea. Somos la copia feliz del Edén, y las copias son sólo eso, copias. Hay misiones estratégicas dignas de consideración (no es difícil adivinar cuales). En esta copia poco feliz los conceptos de servicio y usuario (lo que se vende y lo que compra, aquello por lo que "hay que" pagar) parecen ser lo relevante. Me resulta curioso que nuestros teóricos, "amantes de la libertad y la diversidad, amén de la igualdad de oportunidades" no hayan reparado en que la falta de distinción (entre lo público y lo privado), la confusión en que quieren que vivamos, mejora sus negocios en el corto plazo y los destruye en el largo. Es posible que en la copia, a diferencia de lo que pudo ser el original, las inspiraciones y visiones de largo plazo no tengan cabida. Las copias son sólo eso, copias.
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